«Pueden porque creen que pueden»
Entrevista a Alex Rovira. ¿Por qué es tan importante cómo miramos al otro?
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Estas líneas no son para contar la historia de Kenzaburō Ōe, pero vamos a comenzar por hablar de él, porque toda historia debe comenzar a narrarse por algún lado. Puede que los amantes de las letras lo conozcan, pues se trata de un afamado escritor japonés, el segundo de su país que ganó el Premio Nobel de Literatura, en 1994. Una anécdota marginal, que acaso cobre relevancia más tarde: “Con esas orejas vas a tener que esforzarte mucho para poder casarte”, le dijo una vez su propia madre. Viendo fotografías del escritor de muy joven, cualquiera coincidiría con aquella apreciación, cruel pero realista.
No obstante, Kenzaburō se terminará casando, felizmente. Para entonces ya sabía que iba a dedicarse a la escritura: a sus 23 años ganó el prestigioso premio Akutagawa, y dos años más tarde contrajo matrimonio con Yukari Itami. Con 28 años -corría 1963- Kenzaburō supo que iba a ser padre.
La felicidad, sin embargo, no sería completa. El primogénito, que fue llamado Hikari, nació con una discapacidad congénita. Hidrocefalia severa, diagnosticaron los médicos. Hay que operar al recién nacido para evitar que muera. Hay que extirparle un bulto enorme de su cabeza. El pequeño Hikari sobrevive, pero al costo de tener secuelas irreversibles: discapacidad intelectual, ceguera parcial, epilepsia y autismo.
Este acontecimiento marcó a partir de entonces el eje central de su obra literaria. Sus títulos más importantes (Una cuestión personal, Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, El grito silencioso,¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!) giran de un modo u otro en torno al problema de su hijo. Un hijo que no habla ni se comunica de ningún otro modo, que no muestra interés por nada, que apenas se mueve. Sus padres dicen, sin embargo, que ese niño es como una flor preciosa.
Un día descubren que el pequeño Hikari parece reaccionar levemente cuando escucha cantar a los pájaros. Deciden entonces ofrecerle una cantidad de grabaciones donde se escuchan los trinos de diferentes aves. En esas grabaciones, los cantos de las aves son seguidos por una voz que identifica de qué especie se trata en cada caso. Meses después, un día Kenzaburō sale a pasear con su hijo cuando se escucha un gorjeo, y el pequeño Hikari habla por primera vez, para decir el nombre del ave que acaba de distinguir.
Entusiasmado, su padre descubre que su hijo es capaz de reconocer e incluso de imitar el canto de casi cualquier pájaro. Poco más tarde, descubrirá también que la música clásica produce en su hijo un efecto de fascinación similar. Así es como a los 11 años Hikari empieza a trabajar con un piano como parte de su terapia. La dificultad es mayúscula, porque el niño tiene problemas de coordinación física, pero se interesa y su profesora lo desafía a improvisar. También intenta que Hikari anote en una partitura aquello que se le vaya ocurriendo. Un día Hikari le presenta algo que ha escrito. Su profesora se sorprende: se trata de una composición del propio joven. La música ha obrado en él un milagro que nadie esperaba.
A partir de ese día Hikari comenzó a aprender otras cosas, pero siempre en relación a la música. Relacionando todo su entorno y sus propios sentimientos con lo musical, aprende a expresar lo que le pasa. Y hace música. Su propia música. En 1992 es editada una grabación que recopila 25 piezas breves para piano y flauta (¡qué mejor instrumento para imitar el canto de un ave!) firmadas por Hikari Ōe. El disco, editado por el prestigioso sello Denon, que puede escucharse en el primero de los videos que ilustran esta nota, vendió casi de inmediato 80.000 copias. Luego llegó un segundo disco, que también hemos incluido. Hay un video en la web donde puede verse y escucharse a Martha Argerich y Vladimir Rostropovich interpretar una pieza de Hikari.
A veces suceden estas cosas. Ni siquiera la propia madre de Kenzaburō pensaba que su hijo podría conseguir novia, y sin embargo se casó y formó una familia. Acaso nadie pensó que el promogénito de esa familia, llamado Hikari, podría llegar a ser alguien en la vida, y a pesar de ello hoy es un compositor reconocido, que también se casó y hoy vive con su esposa en su propia casa. En el jardín de su hogar natal, una gran cantidad de casitas y comederos para pájaros mantiene presente la memoria de que el canto de aquellas aves posibilitó un enorme descubrimiento. El canto de esas aves y la música, que muchas veces es capaz de obrar milagros inesperados. Música que nace del alma de los seres sensibles, y expresa sus sentimientos. Germán A. Serain
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