En busca de la neutralidad perdida

El caso de Santiago (Madrid)

Los acuerdos de separación entre mi ex pareja y yo fueron facilitados por Marga Aguilera y su equipo. Cuando la llamamos para concertar la primera entrevista, mi ex pareja y yo casi ni podíamos hablarnos. Si lo hacíamos, evitábamos el contacto visual. Nuestra comunicación se limitaba a la mínima expresión acerca de la logística relacionada con nuestros hijos y nuestra casa. Aún con tales restricciones los diálogos eran tensos y podían derivar en mayores malestares con total facilidad. ¿Cómo encarar la dificilísima toma de decisiones de una separación con esas dificultades? Dos meses después, lo que parecía imposible ya no lo era. Con el acompañamiento de Marga pronto pudimos llegar a acuerdos consensuados sobre los temas más urgentes: los niños y lo que fue nuestro hogar. Seis meses más tarde nos sorprendimos de poder hablar en breves conversaciones que no eran descarriladas por las emociones descontroladas. Luego de un año, lo impensable era casi cotidiano: podíamos colaborar en todo lo referente a nuestros hijos, al mismo tiempo que respetábamos nuestras vidas independientes.

No hay fórmulas universales para una separación o divorcio. Pero en todos los casos se trata del abandono de las anteriores rutinas de la pareja y la creación de nuevas reglas que ordenarán la naciente relación entre las partes. Para ello, las partes deben abandonar los patrones de comportamiento que han madurado hasta entonces. A mí y a mi ex pareja esto nos resultó muy difícil. Hasta no dejar de lado los canones anteriores no es posible establecer los nuevos. Y es allí donde la presencia de una tercera figura, neutral y sensible, es esencial. Los miembros de una pareja están demasiado atrincherados en los hábitos adquiridos a lo largo de la historia de su vínculo. Los recuerdos, las desaveniencias, los reclamos, el dolor, los rencores, los juicios, las cuentas pendientes…en definitiva el pasado atenta contra la creación de un futuro. La mediación es la partera de un nuevo vínculo, con nuevas reglas, que redefinirá los términos entre dos individuos y asistirá a dejar atrás la pareja que ya no existe.

Para la creación de las nuevas reglas que organizan el vínculo hace falta comunicarse. Y nosotros no podíamos hacerlo. Las razones no importan. Cada historia tiene sus ingredientes, pero para superar las diferencias siempre es necesario poder hablar. En nuestro caso (y me imagino que es un mal generalizado) los sentimientos avasallaban cualquier intento de diálogo y echaban a perder todos los intentos. No importa quién hacía más o mejores esfuerzos. Cuando el conflicto domina la comunicación todo se vicia de la historia del conflicto. Los recuerdos condicionan las emociones y éstas, a su vez, cargan las palabras de una intencionalidad que no siempre es explícita. Así, las frases más “inocentes” pueden llevar mensajes ocultos sumamente destructivos. En un diálogo sumido en el dolor no hay neutralidad. En vez de ayudar al proceso, los diálogos teñidos de conflicto a menudo lo empeoran. Yo descubrí que la mediación con Marga se trató de un rescate de la neutralidad de las palabras.

Marga era el tamiz por el que pasaban todas las frases. Sin jamás constituirse en juez de la situación, Marga era el garante de que lo que se decía no atentase contra el proceso de comunicación. A veces eran necesarias reinterpretaciones, aclaraciones, rectificaciones o matices, pero siempre todo ello en pos de la transparencia de una comunicación neutral. Su foco no estaba puesto en las partes, sino en el desarrollo del proceso. En esto era tan importante lo que las mediadoras decían como lo que no decían. Marga no interrumpía, dejaba que transcurriera el tiempo necesario para que se dijera lo que se tenía que decir y no imponía su agenda a la del diálogo vivo. Recuerdo los momentos de silencio como algo esencial de nuestras sesiones. Eso no ocurría en las conversaciones en privado.

Una función importantísima de la mediación de Marga era escuchar respetuosamente y reflejar lo dicho para asegurar su comprensión. En la tensión de una separación es muy común entender mal. Muy frecuentemente uno infiere, asume, da por hecho o interpreta. En realidad, lo que la otra parte había querido decir no era eso, pero uno vive con la cabeza a mil por hora e imagina contenidos y significados que no siempre estaban allí. Las emociones a flor de piel son suficientes para distorsionar cualquier mensaje y en un divorcio eso está a la orden del día. Marga se aseguraba de repetir lo que decíamos para garantizar que los mensajes eran los que habíamos querido transmitir y no otros de fabricación personal.

Una condición primordial de la neutralidad es la seguridad. La mediación de Marga fue un muestrario de cómo facilitar el acceso a temas emocionalmente delicados sin exponer la vulnerabilidad de ninguna de las partes. En esos casos, con la técnica y la frialdad imparcial no alcanza. Para que nuestros intentos de conversación no fueran amenazas contra la seguridad emocional de los dos era necesario que la mediación de Marga ofreciera empatía, con la que ella podía conectar con las necesidades íntimas de las partes. No para beneficiar a una de ellas, sino para sintonizar con las motivaciones más profundas de ambos. No siempre uno es capaz de hablar desde sus aspiraciones más privadas y menos aún en situaciones de gran presión como es un divorcio. Marga fue capaz de rescatar ese subtexto, aún cuando el barullo de las palabras superficiales atentaban con oscurecer las verdaderas intenciones.

En mi experiencia tal vez el tema más sensible haya sido la custodia de nuestros hijos. Aquí tampoco hubo reglas preestablecidas y nos encontramos presentando posiciones aparentemente irreconciliables sobre una tabula rasa. El calendario de tiempos con nuestros hijos tomó mucho trabajo, pero llegamos a un término medio aceptable entre los dos. Cada caso será distinto y por ello de nada valen los detalles. Si custodia compartida, si semanas alternadas, si días de semana uno y fines de semana otro, las alternativas son infinitas. Lo que más me costó fue pensar en estos temas sin haberlos considerado antes y recordando que lo que importa primordialmente es el bienestar de los hijos, más que las preferencias personales de uno u otro.

En la mediación con Marga aprendí también que las decisiones pueden no ser permanentes. Una separación con niños es un proceso largo. Las circunstancias y los estados de ánimo de las partes cambiarán. Las fórmulas que funcionan hoy pueden no funcionar mañana y las que parece que nunca serían aceptables, pueden serlo más tarde. Por ello gracias a Marga me di cuenta de que puede ser más asumible encontrar pequeñas decisiones, fórmulas de corto alcance, que puedan ser reemplazadas por decisiones de más calado seis meses más tarde, o uno o dos años después. A mí me pasó que unas condiciones que me parecían inaceptables durante las primeras sesiones, seis meses más tarde, cuando mi situación personal cambió, me resultaban perfectamente razonables. Por ello, escalonar las grandes decisiones en tramos parciales y sujetos a revisión resultó muy beneficioso.

La eficacia de una mediación depende también de su ecuanimidad. Esto constituye la garantía de neutralidad del proceso. Si una de las partes es favorecida a expensas de la otra parte, esa supuesta “ganancia” atentará tarde o temprano contra la solidez de los acuerdos a los que se lleguen y los teñirá de los antiguos vicios de la pareja. En nuestro caso era esencial contar con la imparcialidad de Marga, ya que en un divorcio es muy difícil actuar con objetividad.

Sé que la mediación no resuelve todos los casos, pero no me imagino ninguna razón que justifique no intentar una resolución mediada. Muchas veces esa resolución existe; está latente en las partes, pero no puede manifestarse por una infinita variedad de motivos.  Y si bien una buena mediadora no es, por sí sola, suficiente para el éxito de una mediación, ella es fundamental para asisitr a las partes a identificar esa resolución que puede existir en ellas. En nuestro caso, Marga Aguilera nos ayudó a descubrir ese inefable punto medio aceptable por ambos, respetuoso, neutral y revisable que nos permitió seguir adelante.

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